sábado, 10 de octubre de 2015

Carta a un amigo



Me asomé a la ventana y me di cuenta de que era él. Es inconfundible. Siempre llega de repente, sin avisar y cuando te quieres dar cuenta lo ves por todas partes.

Su paso es lento, pero seguro. Una vez que se instala no se separa de mí, así que ya no me esfuerzo por ignorarlo o por escapar de él. Es curioso, no es una sensación desagradable sentirlo tan cerca, al contrario, se planta ante mí con toda la delicadeza que se espera de un gran caballero, sin embargo te obliga a replantearte muchas cosas.

Cuando aparece él pone fin a la abundante luz, para llenar mis pensamientos de nubes que tapan el sol de mis palabras.

Más tarde o más temprano termino sentándome a hablar con él. Le cuento aquello que me remueve el alma y al final logra arrancarme una de esas verdades que te dejan muerto, pero que al mismo tiempo te hacen renacer.

Su papel es de intermediario. Es él el que sienta en una misma mesa a tus pensamientos y a mi alma y les dice ¡basta ya!, llegó la hora de firmar la paz.

Tiene un amigo que siempre se anticipa a él para hacerme creer que todo está bien, que todo está en su lugar. Sin embargo, no es así y ahí está él para recordártelo.

Todo lo que encuentra a su paso cae al suelo, desparrama su melancolía por todos los rincones e incluso te obliga a pisar todo aquello que va dejando a su paso.

Su presencia es un simple y gran aviso de que nunca debo dejar de buscar en las entrañas de mi alma y de mis pensamientos, todas aquellas cosas que deben salir fuera de mi mente para calmar el desorden de lo establecido.

Tengo que reconocer que su presencia me perturba. Me trae a la memoria recuerdos melancólicos de mi niñez como las hojas muertas que pateaba cuando jugaba al fútbol en la puerta de mi casa, o el inicio de un nuevo año escolar.

También le debo dar las gracias por hacerme reflexionar sobre la fugacidad de los instantes felices y, sobre todo, me por enseñarme que el dolor, el sacrificio y los momentos tristes constituyen la verdadera prueba de amor. Ese amor que sólo es capaz de dar aquel que te ama de forma incondicional.

Por eso, amigo Otoño, muchas gracias por estar aquí otra vez. Por poner, como todos los años, un punto y aparte en mi vida y darme fuerzas para seguir luchando y, sobre todo, seguir amando.

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