lunes, 2 de mayo de 2016

Abuelos



No me gusta hablar de mi vida personal en el blog, pero creo que la ocasión lo merece. Tengo la suerte de poder decir que he disfrutado de mis cuatro abuelos hasta una edad bastante avanzada y que con casi 40 años todavía conservo una abuela y, por tanto, mi hija disfruta de su bisabuela. Y hoy, 27 de abril, día en que escribo este texto, mi abuela Cloti cumple 80 años.

No quiero empezar estas palabras dedicadas a ella con un relato demasiado emotivo porque el agolpamiento de emociones y recuerdos en mi cabeza y en mi corazón, no me permitirían escribir una línea más. Así que voy a contar una historia.

Cuando llegamos a España estábamos los cuatro solos: mis padres, mi hermana y yo. Fueron muchos cambios de golpe y de un día para otro pasamos de estar en Buenos Aires a trasladarnos a Campanario de La Serena, un pueblo de la provincia de Badajoz lleno de gente buena y encantadora.

A esa edad, yo tenía 12 años y mi hermana 11, se extraña mucho a los abuelos y, en un principio, todo hacía prever que pasaría mucho tiempo hasta volver a ver a la familia. Nos separaban nada más y nada menos que 12.000 kilómetros y en 1989 todavía no existían los vuelos low cost. Por suerte, en menos de un año volví a ver a mis abuelos paternos: Luis y María que se quedaron en España; y en 1993 me reencontré con mis abuelos maternos: José y Cloti que también se instalaron definitivamente en Málaga a partir de 1996.

Pero volvamos a la historia que quería contar. Año 1998. Volví por primera vez a Argentina después de llevar casi diez años viviendo en España. Llegué a Buenos Aires y desde allí me trasladé a Mar del Plata hasta que llegó el día de ir a Necochea, una pequeña ciudad de la provincia de Buenos Aires donde trabajaban y vivían mis abuelos Cloti y José.

Cuando llegué a la estación de autobuses de Mar del Plata no quedaban billetes para viajar sentado a Necochea, así que decidí hacer el trayecto de pie que duró dos horas, pero valió la pena.

Llegando a mi destino, para mi asombró, el autobús entró por Quequén, una pequeña localidad pegada a Necochea donde mis abuelos maternos tenían una tienda donde preparaban comida casera para vender. No me lo podía creer. Después de tantos años, sin tiempo para digerir la emoción, el autobús pasó muy cerca de la esquina donde estaba la rotisería: así se llaman en Argentina los negocios que venden comida casera para llevar.

Como es lógico el autobús no paró, el viaje siguió, pero en ese instante mi mente se quedó en esa esquina. La rotisería se llamaba “Roma” porque mis abuelos María y Luis les dieron los carteles con los que ellos tiempo atrás habían abierto su rotisería en Necochea. Puede ser una casualidad o no, pero los negocios de comida siempre han estado vinculados a mi familia desde hace muchas generaciones. Y que mejor ejemplos que mis primos Franco y Albertina que continúan con esta tradición en su restaurante la Mila-Grossa en Torrevieja.

Perdón que me voy por las ramas, volviendo a la esquina de Quequén donde trabajaban mis abuelos salieron a la luz más recuerdos que parecían totalmente enterrados en mi memoria. Me acordé de Mario, un tipo entrañable y muy amigo de mi abuelo José, que tenía una verdulería enfrente de la rotisería y cumplía años el mismo día que yo.

También recuerdo cuando mi abuelo se enfadaba conmigo porque, después de haber estado trabajando todo el día, le ponía piedras en las ruedas de su coche, un Fiat 128 de color celeste, y no lo podía mover. Así que, muerto de risa, me bajaba del auto y retiraba las piedras mientras el resto de la familia esperaba a que termine.

Y también, cómo no, me acordé de mi abuela, más conocida como “la Cloti”. Siempre en esa cocinita de la rotisería preparando patatas fritas, milanesas, empanadas y un montón de cosas ricas más; mientras los nietos revoloteábamos a su alrededor pidiéndole comida y agotando su paciencia a base de travesuras. ¡Parece que fue ayer, qué rápido pasa la vida! Aquellas momentos parecían eternos, daba la sensación de que esos veranos en Quequén y Necochea junto a mi hermana, mis padres, mis abuelos, mis tíos y mis primos no iban a terminar nunca. Pero, yo creo que para bien, la vida son etapas y hay que quedarse con lo lindo de cada una de ellas.

Por eso, en un día tan especial como hoy, en el que mi abuela cumple 80 años que menos que decirte que muchas gracias por todo lo que nos das y nos has dado, por seguir siempre ahí cuidándonos y que podamos disfrutarte, por lo menos, 80 años más. Te quiero mucho.

Copyright © 2016 Literatumas: blog literario de Martín Lapadula

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