lunes, 18 de abril de 2016

La habitación


Al igual que en las paredes y en el suelo, los restos de sangre también se dejaban ver en el cuchillo que siempre estaba sobre la única mesa de la estancia, lo que daba lugar a múltiples interpretaciones.

Se  trataba de un habitáculo construido en medio de una depresión entre dos elevaciones de terreno y, además, era difícil distinguirlo a simple vista porque estaba mimetizado con el terreno. Tres de sus cuatro paredes y el techo estaban cubiertos de vegetación y a la puerta de acceso, hecha en piedra, la tapaba una gruesa capa de musgo.

Una vez Jorge preguntó que se hacía allí dentro y secamente le respondieron que se sacrificaban animales para alimentar a las tropas y que, como buen soldado, debía ser discreto con la misión que tenía asignada de limpiar a diario aquel cuarto.

medida que pasaban los meses, entrar en aquella habitación comenzó a afectar al joven soldado y empezó a tener una pesadilla recurrente: un hombre se arrastraba con el cuerpo cubierto de sangre por un campo de batalla y, cuando se acercaba a prestarle ayuda, se daba cuenta de que tenía todos sus miembros amputados a excepción de su mano derecha. La escena era espeluznante y la mirada de desesperación del mutilado era tan aterradora que provocaba que Jorge se despertara gritando y empapado en sudor.

Después de casi dos años fregando aquel escalofriante lugar, la estabilidad mental de Jorge era cada vez más frágil, así que un día no aguantó más y solicitó una excedencia para pensar si podía seguir o no con ese trabajo. Su superior aceptó la propuesta del soldado, pero a cambio le exigió que debía aceptar ayuda psicológica del ejército para agilizar el papeleo de su baja.

El tratamiento psicológico consistía en seguir sesiones de hipnosis. Cada visita al psicoanalista tenía una duración de 45 minutos de las que Jorge sólo recordaba dos cosas: el instante inicial y el instante final eran sumamente placenteros, pero nunca retenía nada de lo que ocurría en medio de la sesión. A él sólo le importaba que poco a poco iba dejando atrás esa sensación de pánico y la pesadilla iba remitiendo.

Un día, mientras esperaba en una sala para recibir su terapia psicoanalítica, Jorge escuchó a dos hombres comentar en una habitación contigua que tenían que ir al zulo para que el encargado de la limpieza no sospechara nada. “Tenemos que llevar la sangre y el cuchillo y dejar el cuarto como todos los días”, añadieron.

Estas palabras inquietaron al soldado y provocó que comenzara su sesión de psicoanálisis nervioso y poco propenso a dejarse entregar al total dominio de sus pensamientos por parte del especialista. De repente, se encontró en un sótano vestido con un uniforme de oficial de alto rango. Delante de él, atado a un silla y con la cabeza cubierta por un pasamontañas, había un prisionero de guerra del que debía obtener una información. El detenido se negaba a hablar, así que Jorge comenzó a aplicar técnicas de tortura.

Primero le cortó el pie derecho, luego el pie izquierdo. Siguió con su oreja derecha, a continuación con la izquierda. Le hizo varios cortes profundos en la cara y en el pecho, pero no conseguía hacerlo hablar. Así que le quitó uno por uno todos los dientes. Los gritos de dolor eran ensordecedores y el olor a sangre insoportable. El prisionero seguía sin hablar. Llegados a este punto, como último y definitivo recurso, decidió amputarle las manos. Comenzó por la izquierda y como no conseguía nada, decidió cortarle la derecha, aunque le resulto imposible hacerlo.

Jorge estaba sentado frente a un espejo y con la consciencia anulada, cuando en un instante de lucidez se dio cuenta de que ya no tenía la mano izquierda para cortarse la derecha.

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