1937, Guerra Civil
Española. Juan Montenegro está muy mal herido, pero corre con todas sus fuerzas sin mirar atrás en ningún momento. Él y su compañero
volaban en un avión de combate que fue abatido en vuelo y se
estrelló en plena noche en un espeso bosque mediterráneo de
una zona del sur de España conocida como Serranía de Ronda.
El aeroplano ardía
en llamas y Juan se las arregló para salir, pero no pudo hacer nada
por su compañero. Ya no importaba nada su condición de militar y
las órdenes que había recibido de sus superiores, ahora tenía una
misión mucho más importante: averiguar si aquello que había
empezado a investigar podría llegar a cambiar, además de su vida,
la historia del mundo.
El capitán
Montenegro siguió avanzando en la oscuridad de la noche sin parar ni
un segundo. A través del bosque se guiaba por una tenue luz de
luna y sabía que pronto tendría que encontrar un buen escondite
donde pasar la noche, si no quería morir de frío.
De repente, divisó una
explanada con muchos troncos almacenados y una cabaña. A medida que se
iba acercando todo parecía indicar que se trataba de una vieja
fábrica maderera abandonada, un lugar ideal para esconderse y pasar
la noche.
Entró en la fábrica
con mucha cautela porque temía que en aquel lugar se hubiese
instalado algún grupo de militares que, para su situación, serían
peligrosos tanto los de un bando como del otro: unos lo verían
como un enemigo y otros como un traidor. Cuando comprobó que
allí no había nadie buscó algo de madera para prender un fuego con
el que calentarse y, milagrosamente, en lo que se asemejaba a una
cocina encontró un par de latas de conserva.
Una vez que pudo
tumbarse y después de haber comido algo y de calentarse con la
pequeña hoguera, metió su mano derecha manchada de sangre dentro de
un bolsillo interior de su chaqueta y sacó de ella un libro
manuscrito. Esto era lo que lo tenía cegado, hacía varios días
que había caído en sus manos y no podía parar de leerlo.
El manuscrito estaba
escrito en griego antiguo, pero Juan Montenegro era un hombre muy
culto, además de un gran conocedor de las lenguas clásicas, y lo que
había leído en aquel libro era asombroso y al mismo tiempo
aterrador. Se trataba del Evangelio de Tomás, un evangelio
apócrifo sobre la vida de Jesús que, según había leído el
capitán, guardaba, entre muchos otros, secretos escritos en clave que no debían llegar a todos los creyentes.
Juan leyó
compulsivamente los dichos secretos del Evangelio de Tomás y
cada vez se sentía más atrapado por sus palabras. Cada una de ellas
contenía un significado especial y poco a poco conseguían que el
capitán Montenegro dejara su nerviosismo a un lado y el interior de
su cuerpo se llenara de una paz absoluta. Los 114 dichos que componen este evangelio tenían lo que Juan estaba buscando: descifrar
las claves de cómo pasar de la vida a la muerte, de la muerte a la
vida y cómo acceder a las puertas del tiempo.
A medida que
avanzaba la lectura Juan leyó la siguiente frase: “Quien
encuentre la interpretación de estos dichos, no saboreará la
muerte”. Se quedó perplejo, incapaz de pensar ni de
llevar a cabo ningún razonamiento. Un estado de pánico absoluto
invadió su cuerpo, pero la curiosidad era mucho mayor y pasó a la
siguiente hoja y lo que vio fue aterrador.
Los dichos secretos terminaron y comenzó un capítulo que tenía por título su nombre: “Juan Montenegro”.
¿Cómo podía ser que un manuscrito de casi 2.000 años tuviera
escrito su nombre? Parecía un broma. Así que pasó la hoja y
comenzó la leer. Esto es lo que se contaba en aquel texto: “Juan,
ya sabes que perdiste la opción de elegir el rumbo de tu vida el día
en que empezaste a leer este libro y, por tanto, ahora me pertenece.
Sabes que te obligué a robar este manuscrito para mantener mi
seguridad y que tu premio sería saciar tu curiosidad a cambio de tu
existencia”.
"Juan, ¿acaso no te has dado cuenta de que no has abierto las latas de conserva ni has encendido el fuego? Eso fue una proyección ilusoria de una vida que ya no te pertenece. No puedes tener hambre, no puedes tener frío y tampoco puedes sentir el dolor y la desesperación como antes. Ya no formas parte de la realidad de los vivos".
“Juan, no te
engañes, sabes que robaste el avión para escapar con el libro, no
fue para cumplir ninguna misión y sabes que viajabas sólo. Aquel
cuerpo que ardió en el aeroplano no era el de un compañero, era el
tuyo. Fue tu espectro el que salió corriendo de entre las llamas y
yo lo conduje hasta esta vieja fábrica para recuperar los dichos
secretos y quedarme con tu alma. Para ti no existe la guerra, ni el
cielo, ni el infierno, ni lo bueno, ni lo malo. Ya no tienes cuerpo ni alma y
sólo quedará de ti tu espectro vagando por este bosque para
siempre”.
“No sufras. Todo ser humano está condenado a convertirse en
un espectro sin cuerpo ni alma. Todas las almas tienen la necesidad de saciarse
de algo y ahí entro yo. Las engaño, las manipulo y me quedo con lo
que quiero. Tampoco te asustes, así es el juego de
la vida porque así he querido yo que sea”.
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Literatumas: blog literario de Martín Lapadula
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