Nos gusta jugar con
fuego, nos gusta estar cerca del peligro, nos gusta pasear al borde
del precipicio, nos gusta tener la sensación de desafiar a lo
establecido, nos gusta transmitir seguridad, nos gusta que nos
respeten, nos gusta hacer respetar las normas y al mismo tiempo nos
gusta romperlas, en definitiva, nos gusta gustar porque nos gusta
sentir cierta sensación de poder.
Puedes dudar o no de la existencia de una vida en el
más allá, pero te lo
aseguro, no dudes de la puerta que da acceso al submundo.
Hay varias puertas que dan acceso al infierno, que dan acceso a la
tentación de entrar en contacto con lo irracional, con el miedo, con sentimientos oscuros, con el dolor y con todo
aquello vinculado a las emociones y los instintos más básicos. Y,
no puedo decir cómo, yo encontré una de esas puertas.
No me pude resistir,
no pude detener a mi mano y la abrí. Lo que vi no tenía ningún
sentido, por tanto, otra tentación. Las escaleras que bajan al
infierno tienen una dirección ascendente y lo que se ve allí es de
una belleza asombrosa. Todo te lo dan hecho, no hay que esforzarse
por conseguir nada.
Lo que deseas no hace falta que lo pidas, sólo
tienes que pensarlo y se hace realidad. Se respira paz y
tranquilidad y puedes disfrutar del poder más
absoluto.
La
corrupción del alma no radica en hacer el bien o el mal, en el
submundo te corrompen dándote cantidades enormes de aquello que a ti
te gusta. Y da igual que aquello que te guste sea bueno o malo, lo
único que importa es que aquello que te da placer o que te hace
sentir bien crezca sin parar en tu interior.
Después de un buen
rato subiendo las escaleras, llegas a una especie de cabina de peaje
en donde un cartel te anuncia que tienes derecho a hacer una
pregunta. Dentro de la cabina se puede observar algo
parecido a una figura humana que se mueve constantemente, caminando de un
lado al otro sin parar.
El peaje es
obligatorio. Estás obligado a preguntar si quieres seguir
avanzando por el submundo, de lo contrario, te obligan a dar la
vuelta y se acabo el paseo. Así que pregunté: "¿No es este lugar
demasiado idílico y hermoso para ser el infierno?"
"No todo es blanco o negro,
bueno o malo, infierno o paraíso. Lo
único real es el acceso a este submundo
que se adapta a vuestra naturaleza para corromperla. Sólo nos importa alimentar vuestro ego”, respondió.
Y continuó: “Existe una
realidad y un submundo y nada más, y puedes pasar de uno al otro
vivo o muerto. El submundo puede ser tu paraíso o tu infierno, a
nosotros nos da igual lo que quieras ver o sentir una vez que bajes a
él. Destruimos tu esencia cuando sólo te escuchas a ti mismo".
Copyright © 2016
Literatumas: blog literario de Martín Lapadula
No hay comentarios:
Publicar un comentario