Así que, a pesar del desagradable despertar, me levanté con una sonrisa, desayuné y comencé a preparar todo lo que se necesita para pasar un buen día de playa: una sombrilla, una silla, una mesita, una cerveza fría, el termo con café, un bocadillo de tortilla y un poquito de jamón Cinco Jotas. Buscas un lugar apartado en algún lugar de la costa de Málaga y se puede decir que estás en el paraíso.
Desembarqué en la playa con todas las cosas, acomodé todo y monté
mi pequeño lugar de descanso. Pasé la mañana tomando el sol y
bañándome en el mar hasta que llegó el mejor momento: comerme el
bocadillo de tortilla con la cerveza fría y el jamón. ¡Qué felicidad!
Sin embargo, mi paz interior se truncó porque mi intestino me
traicionó. De repente, me entraron unas ganas de cagar
insoportables. A veces la gente te dice: si aguantas mucho se te
pasa, pero si yo seguía aguantando me iba a cagar encima. Así que
encendí mi radar y localicé un chiringuito en las inmediaciones y
pensé: "Esta es la mía".
Raudo y veloz me dirigí al bar. Salí corriendo tan rápido
que me olvidé ponerme las chanclas y me metí de cabeza en el baño
de hombres. Primer y grave problema: el váter estaba roto, la orina
inundaba todo el suelo del baño y yo estaba ahí descalzo para
pisarlo.
Del asco di un salto mortal y terminé en la playa con los
pies empanados en una mezcla de orina y arena. En el fondo me daba
igual porque lo que quería era cagar y todavía no lo había
conseguido.
Miré a mi alrededor y no había nadie. No lo dudé, me metí en el
baño de las mujeres. Al fin me pude sentar en un inodoro y empecé a
cagar. Yo no soy de la generación de Internet, así que me
puse a leer el periódico del que nunca me despego cuando estoy en un
momento de relax.
Mi paz volvió a durar nuevamente poco tiempo. Una señora empezó a
aporrear la puerta del baño exigiendo entrar. Alzando la voz
le dije que estaba ocupado y que el baño de hombres estaba averiado.
Ella siguió insistiendo, no había forma humana de tranquilizarla.
Ya harto de escucharla le grité que estaba cagando y que se calmara
un poco. Pero ella siguió golpeando la puerta.
En ese instante me puse a pensar que cagar siempre fue un momento
íntimo que la gente respetaba. Ahora ya no. Toda va a la velocidad
de Internet y, por tanto, la sociedad nos exige que desarrollemos la
ciber-deposición. ¿Qué es la
ciber-deposición? Muy fácil. Cagar ha dejado de ser
un momento dedicado a la reflexión y a la lectura. Ahora tienes que
defecar en 35 segundos en los que, además de plantar un pino, te
debe dar tiempo a twitear un par de mensajes y subir cinco
fotos a Instagram. Para el pedo final ya no hay tiempo, eso debe ya hacerlo fuera del baño.
Pero si hasta los hoteles de cinco estrellas están quitando los
bidés y ponen toallitas húmedas para que te limpies
el culo rápido y mal. ¿Dónde vamos a llegar? Hasta ahora teníamos
los cibercafés y las cibertiendas, pues ya está aquí la
ciber-deposición que va a una velocidad de 4G. Aunque yo
prefiero seguir cagando en analógico.
Retomando el tema anterior, la señora seguía insistiendo en entrar
al baño. Ya me daban igual sus golpes y sus quejas, pero cuando
terminé al salir del baño me di el gusto de decirle a la cara: “No
se dio cuenta que estaba cagando y el servicio de los hombres está
averiado”. Y me contesto: “Eres un mal educado y un
insolente”. Así que encima la culpa de todo fue mía.
Al final las ganas de cagar, premonitorias en mi sueño, me
costaron terminar con los pies empanados con orina y arena, me
echaron un puteo por tardar mucho en el baño y me quedé sin leer el
periódico porque lo tuve que usar para limpiarme el culo.
Copyright © 2015
Literatumas: blog literario de Martín Lapadula
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