miércoles, 30 de diciembre de 2015

Juegos de memoria


Dos personas vestidas totalmente de negro y con pasamontañas, y sin mediar ni una palabra, me obligaron a acompañarlos. Me llevaron hasta un coche enorme y negro y me metieron en él.

Me obligaron a sentarme en el centro del asiento trasero y cada uno de mis acompañantes se acomodaron uno a cada lado. El conductor vestía de riguroso negro y también llevaba un pasamontañas. El coche circulaba a poca velocidad y a través de las ventanillas no se vía nada, a excepción de los pocos metros de asfalto que iluminaban las luces delanteras.

No sé decir con precisión el tiempo que duró el recorrido, pero creo que pudo ser entre una y dos horas. De pronto, el conductor paró el coche y mis acompañantes me obligaron a bajar a empujones, sin mediar ni una palabra. Estábamos en medio de la nada, la noche era cerrada y el suelo que pisaba daba la sensación de ser tierra pantanosa, por lo que me costaba mucho despegar los zapatos del suelo cada vez que los levantaba para dar un paso. 

Caminamos durante un rato, hasta que nos detuvimos delante de una fisura larga y estrecha por la que asomaba un poco de luz. Cuando me giré para preguntarles a los hombres de negro dónde estábamos, habían desaparecido y no tenía más opción que acercarme hacia aquella luz porque en cualquier otra dirección la oscuridad era absoluta.

Aterrado, pero al mismo tiempo entregado a mi destino, el pavor que sentía era ya tan grande que, en vez de paralizarme, me empujaba hacia lo desconocido para agarrarme a mi última esperanza.

Así que comencé a dar pequeñas pasos en dirección a la luz que salía de aquella fisura y, cuando estuve cerca, metí los dedos de mi mano derecha dentro de ella.

Sin saber qué hacer, decidí tirar con todas mis fuerzas y, para sorpresa de mí, se abrió una puerta. La luz no era muy potente, pero sí lo suficientemente clara para reconocer una escalera que descendía.

Comencé a bajar los escalones y apareció ante mí una calle de mi infancia. De repente y a cierta distancia me vi a mí mismo jugando al fútbol con un grupo de amigos. Me quedé mirando, perplejo, y pasado un rato aparecieron mis padres para recogerme y nos fuimos andando a nuestra casa que no estaba muy lejos de allí.

Volvió a oscurecerse todo pero, en una cuestión de segundos, nuevamente apareció aquella calle de mi primeros años de vida. Se veía sucia y abandonada y lo primero que se me ocurrió fue salir corriendo hacia mi casa. Llamé a la puerta intensamente y nadie me contestó. Volví a golpear la puerta y esperé un buen rato, pero no salió nadie.

Desesperado llamé a la casa de un vecino y le pregunté por la familia y los niños que vivían allí. Su repuesta fue demoledora. Me dijo que esa casa hacía años que estaba vacía y que lo último que recordaba es que allí vivió un matrimonio mayor sin hijos. Eran gente normal y encantadora hasta que un día recibieron la visita de unos hombres extraños y vestidos de negros. Desde ese momento comenzaron a encerrarse en si mismos, no querían relacionarse con nadie, hasta que finalmente se marcharon del barrio.

Poco a poco todo se fue oscureciendo otra vez y caí rendido al suelo por el cansancio. Noté como dos personas me agarraban de los brazos y me arrastraban hacia otro lugar. Quizás esos hombres de negro eran la mano ejecutora de una fuerza mayor, cuyo propósito era la destrucción de todos mis recuerdos.

Copyright © 2015 Literatumas: blog literario de Martín Lapadula

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