Siempre que bajo de ese tren me invade una enorme sensación mezcla de miedo, soledad, de ganas de escapar y hasta de desaparecer. Siempre que vuelvo de trabajar a altas horas de la noche bajo del tren que me deja en esta estación oscura, en la que siempre me encuentro solo, desamparado, totalmente vulnerable.
Nuestra
existencia se hace monótona, repetitiva, día tras día llevamos a
cabo las mismas acciones. Pero esto no ocurre por casualidad. Esta
monotonía tiene un sentido y ese sentido es prepararnos para lo no
cotidiano, para ese momento que será determinante en cada uno
de nosotros y, por lo tanto, nos cambiará para siempre.
En una ocasión bajé del tren, la estación estaba totalmente desierta,
poco iluminada y el frío era intenso esa noche. Muerto de miedo, me coloqué bien mi abrigo y agachando la
cabeza empecé a caminar.
Con la estación a mi espalda, completamente sumergido en mis
pensamientos, escuché como una voz me reclamaba. Tenía que ser a
mí, no había nadie en la calle, y la voz de un hombre gritó
mi nombre dos veces. En ese momento el pánico se
apoderó de mí, pensé que era fruto de mi imaginación.
Pero no era así. La voz insistió repitiendo mi nombre una y otra vez. Me di la
vuelta y vi que un hombre se acercaba a mí. De la oscuridad
salieron otros dos. La acción transcurría en mitad de la calle. El
corazón me iba a estallar. Detrás de los tres hombres salió una
mujer.
Ella tenía los ojos llenos de odio, de
ira, me clavó la mirada como pidiéndome explicaciones, como
reclamándome algo que yo no tenía o desconocía. Se acercó a mí y
agarrándome de los hombros me habló de cómo vivía yo, de lo que
sentía y de lo que iba a hacer.
Me dijo que no me hiciera el idiota, que ella y esos tres hombres
pasarían la noche en mi casa hasta que yo les diera lo que
ellos querían.
No podía articular palabra, estaba aterrado, no entendía nada, sólo
pensaba en la manera de salir de esa situación. Esas cuatro personas
querían algo de mí, pero era como si esperaran a que yo lo
adivinase. Yo sólo deseaba que el mundo me tragase.
No pude soportar más la tensión y me desmayé. Horas
más tarde me desperté en la puerta de mi casa con una nota
en la mano que decía: “Ha llegado tu hora y has
superado la prueba. Tu vida anterior ya no existe y a partir de este
instante perteneces a otra realidad. No te
muevas de aquí, pronto vendrán a recogerte”.
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Literatumas: blog literario de Martín Lapadula
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