domingo, 13 de diciembre de 2015

Siempre

Siempre esa misma imagen, siempre esa misma realidad que me deslumbra día a día, me asombra y me atrapa con algo nuevo.

Siempre que bajo de ese tren me invade una enorme sensación mezcla de miedo, soledad, de ganas de escapar y hasta de desaparecer. Siempre que vuelvo de trabajar a altas horas de la noche bajo del tren que me deja en esta estación oscura, en la que siempre me encuentro solo, desamparado, totalmente vulnerable. 

Nuestra existencia se hace monótona, repetitiva, día tras día llevamos a cabo las mismas acciones. Pero esto no ocurre por casualidad. Esta monotonía tiene un sentido y ese sentido es prepararnos para lo no cotidiano, para ese momento que será determinante en cada uno de nosotros y, por lo tanto, nos cambiará para siempre.

En una ocasión bajé del tren, la estación estaba totalmente desierta, poco iluminada y el frío era intenso esa noche. Muerto de miedo, me coloqué bien mi abrigo y agachando la cabeza empecé a caminar.

Con la estación a mi espalda, completamente sumergido en mis pensamientos, escuché como una voz me reclamaba. Tenía que ser a mí, no había nadie en la calle, y la voz de un hombre gritó mi nombre dos veces. En ese momento el pánico se apoderó de mí, pensé que era fruto de mi imaginación.

Pero no era así. La voz insistió repitiendo mi nombre una y otra vez. Me di la vuelta y vi que un hombre se acercaba a mí. De la oscuridad salieron otros dos. La acción transcurría en mitad de la calle. El corazón me iba a estallar. Detrás de los tres hombres salió una mujer.

Ella tenía los ojos llenos de odio, de ira, me clavó la mirada como pidiéndome explicaciones, como reclamándome algo que yo no tenía o desconocía. Se acercó a mí y agarrándome de los hombros me habló de cómo vivía yo, de lo que sentía y de lo que iba a hacer.

Me dijo que no me hiciera el idiota, que ella y esos tres hombres pasarían la noche en mi casa hasta que yo les diera lo que ellos querían.

No podía articular palabra, estaba aterrado, no entendía nada, sólo pensaba en la manera de salir de esa situación. Esas cuatro personas querían algo de mí, pero era como si esperaran a que yo lo adivinase. Yo sólo deseaba que el mundo me tragase.

No pude soportar más la tensión y me desmayé. Horas más tarde me desperté en la puerta de mi casa con una nota en la mano que decía: “Ha llegado tu hora y has superado la prueba. Tu vida anterior ya no existe y a partir de este instante perteneces a otra realidad. No te muevas de aquí, pronto vendrán a recogerte”.

Copyright © 2015 Literatumas: blog literario de Martín Lapadula

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