Me obligaron a sentarme en el centro del asiento trasero y cada uno de mis acompañantes se acomodaron uno a cada lado. El conductor vestía de riguroso negro y también llevaba un pasamontañas. El coche circulaba a poca velocidad y a través de las ventanillas no se vía nada, a excepción de los pocos metros de asfalto que iluminaban las luces delanteras.
No sé decir con precisión el tiempo que duró el recorrido,
pero creo que pudo ser entre una y dos horas. De pronto, el conductor
paró el coche y mis acompañantes me obligaron a bajar a empujones,
sin mediar ni una palabra. Estábamos en medio de la nada, la noche era cerrada y el suelo que
pisaba daba la sensación de ser tierra pantanosa, por lo que
me costaba mucho despegar los zapatos del suelo cada vez que los
levantaba para dar un paso.
Caminamos durante un rato, hasta que nos detuvimos delante de una
fisura larga y estrecha por la que asomaba un poco de luz.
Cuando me giré para preguntarles a los hombres de negro dónde
estábamos, habían desaparecido y no tenía más opción que
acercarme hacia aquella luz porque en cualquier otra dirección la
oscuridad era absoluta.
Aterrado, pero al mismo tiempo entregado a mi destino, el pavor
que sentía era ya tan grande que, en vez de paralizarme, me empujaba
hacia lo desconocido para agarrarme a mi última esperanza.
Así que comencé a dar pequeñas pasos en dirección a la luz que
salía de aquella fisura y, cuando estuve cerca, metí los dedos de
mi mano derecha dentro de ella.
Sin saber qué hacer, decidí tirar con todas mis fuerzas y, para
sorpresa de mí, se abrió una puerta. La luz no era muy
potente, pero sí lo suficientemente clara para reconocer una
escalera que descendía.
Comencé a bajar los escalones y apareció ante mí una calle de mi
infancia. De repente y a cierta distancia me vi a mí mismo
jugando al fútbol con un grupo de amigos. Me quedé mirando,
perplejo, y pasado un rato aparecieron mis padres para recogerme y
nos fuimos andando a nuestra casa que no estaba muy lejos de allí.
Volvió a oscurecerse todo pero, en una cuestión de segundos,
nuevamente apareció aquella calle de mi primeros años de vida.
Se veía sucia y abandonada y lo primero que se
me ocurrió fue salir corriendo hacia mi casa. Llamé a la puerta
intensamente y nadie me contestó. Volví a golpear la puerta y esperé un buen
rato, pero no salió nadie.
Desesperado llamé a la casa de un vecino y le pregunté por la
familia y los niños que vivían allí. Su repuesta fue demoledora.
Me dijo que esa casa hacía años que estaba vacía y que lo
último que recordaba es que allí vivió un matrimonio mayor
sin hijos. Eran gente normal y encantadora hasta que un día
recibieron la visita de unos hombres extraños y vestidos de negros.
Desde ese momento comenzaron a encerrarse en si mismos, no querían
relacionarse con nadie, hasta que finalmente se marcharon del barrio.
Poco a poco todo se fue oscureciendo otra vez y caí rendido al suelo
por el cansancio. Noté como dos personas me agarraban de los brazos
y me arrastraban hacia otro lugar. Quizás esos hombres de negro eran la mano ejecutora de una fuerza
mayor, cuyo propósito era la destrucción
de todos mis recuerdos.
Copyright © 2015
Literatumas: blog literario de Martín Lapadula
No hay comentarios:
Publicar un comentario