No
me gusta hablar de mi vida personal en el blog, pero creo que la
ocasión lo merece. Tengo la suerte de poder decir que he disfrutado
de mis cuatro abuelos hasta una edad bastante avanzada y que con casi
40 años todavía conservo una abuela y, por tanto, mi hija disfruta
de su bisabuela. Y hoy, 27 de abril, día en que escribo este texto,
mi abuela Cloti cumple 80 años.
No quiero
empezar estas palabras dedicadas a ella con un relato demasiado
emotivo porque el agolpamiento de emociones y recuerdos en mi cabeza
y en mi corazón, no me permitirían escribir una línea más. Así
que voy a contar una historia.
Cuando
llegamos a España estábamos los cuatro solos: mis padres, mi
hermana y yo. Fueron muchos cambios de golpe y de un día para otro
pasamos de estar en Buenos Aires a trasladarnos a Campanario de La
Serena, un pueblo de la provincia de Badajoz lleno de gente buena y
encantadora.
A esa edad,
yo tenía 12 años y mi hermana 11, se extraña mucho a los abuelos
y, en un principio, todo hacía prever que pasaría mucho tiempo
hasta volver a ver a la familia. Nos separaban nada más y nada menos
que 12.000 kilómetros y en 1989 todavía no existían los vuelos low
cost. Por suerte, en menos de un año volví a ver a mis abuelos
paternos: Luis y María que se quedaron en España; y en 1993 me
reencontré con mis abuelos maternos: José y Cloti que también se
instalaron definitivamente en Málaga a partir de 1996.
Pero volvamos
a la historia que quería contar. Año 1998. Volví por primera vez a
Argentina después de llevar casi diez años viviendo en España.
Llegué a Buenos Aires y desde allí me trasladé a Mar del Plata
hasta que llegó el día de ir a Necochea, una pequeña ciudad de la
provincia de Buenos Aires donde trabajaban y vivían mis abuelos
Cloti y José.
Cuando llegué
a la estación de autobuses de Mar del Plata no quedaban billetes
para viajar sentado a Necochea, así que decidí hacer el trayecto de
pie que duró dos horas, pero valió la pena.
Llegando a mi
destino, para mi asombró, el autobús entró por Quequén, una
pequeña localidad pegada a Necochea donde mis abuelos maternos
tenían una tienda donde preparaban comida casera para vender. No me
lo podía creer. Después de tantos años, sin tiempo para digerir la
emoción, el autobús pasó muy cerca de la esquina donde estaba la
rotisería: así se llaman en Argentina los negocios que venden
comida casera para llevar.
Como es
lógico el autobús no paró, el viaje siguió, pero en ese instante
mi mente se quedó en esa esquina. La rotisería se llamaba “Roma”
porque mis abuelos María y Luis les dieron los carteles con los que
ellos tiempo atrás habían abierto su rotisería en Necochea. Puede
ser una casualidad o no, pero los negocios de comida siempre han
estado vinculados a mi familia desde hace muchas generaciones. Y que
mejor ejemplos que mis primos Franco y Albertina que continúan con
esta tradición en su restaurante la Mila-Grossa en Torrevieja.
Perdón que
me voy por las ramas, volviendo a la esquina de Quequén donde
trabajaban mis abuelos salieron a la luz más recuerdos que parecían
totalmente enterrados en mi memoria. Me acordé de Mario, un tipo
entrañable y muy amigo de mi abuelo José, que tenía una verdulería
enfrente de la rotisería y cumplía años el mismo día que yo.
También
recuerdo cuando mi abuelo se enfadaba conmigo porque, después de
haber estado trabajando todo el día, le ponía piedras en las ruedas
de su coche, un Fiat 128 de color celeste, y no lo podía mover. Así
que, muerto de risa, me bajaba del auto y retiraba las piedras
mientras el resto de la familia esperaba a que termine.
Y también,
cómo no, me acordé de mi abuela, más conocida como “la Cloti”.
Siempre en esa cocinita de la rotisería preparando patatas fritas,
milanesas, empanadas y un montón de cosas ricas más; mientras los
nietos revoloteábamos a su alrededor pidiéndole comida y agotando
su paciencia a base de travesuras. ¡Parece que fue ayer, qué rápido
pasa la vida! Aquellas momentos parecían eternos, daba la sensación
de que esos veranos en Quequén y Necochea junto a mi hermana, mis
padres, mis abuelos, mis tíos y mis primos no iban a terminar nunca.
Pero, yo creo que para bien, la vida son etapas y hay que quedarse
con lo lindo de cada una de ellas.
Por eso, en
un día tan especial como hoy, en el que mi abuela cumple 80 años
que menos que decirte que muchas gracias por todo lo que nos das y
nos has dado, por seguir siempre ahí cuidándonos y que podamos
disfrutarte, por lo menos, 80 años más. Te quiero mucho.
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literario de Martín Lapadula
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